El puzle de cuatro piezas

Novela de fantasía

Sinopsis


Cuatro extraños despiertan en un sótano tenebroso. Lo último que recuerdan es una voz gutural que promete ayudar al único de entre ellos que supere una dura prueba. En vez de separarse o competir, los desconocidos cuentan sus historias personales para decidir quién merece el premio y colaborar sin suspicacias.

Las circunstancias han puesto al cuarteto contra las cuerdas: intrigas palaciegas, conflictos entre salvajes y civilizados, brujos y monstruos de otras dimensiones, triángulos amorosos, odios que duran generaciones... Todos tienen una buena razón para luchar.

Están desarmados y confusos, pero no por eso carecen de recursos. Acostumbrados a recorrer el mundo con su espada como fiel compañera o a cambiar el destino de miles de personas con una sola frase, poseen cualidades únicas que serán llevadas al límite y que quizá sean suficientes para triunfar.

¿Quién se esconde tras la misteriosa voz que los ha reunido? ¿Qué quiere de ellos? La respuesta espera tras un laberinto de muerte que pondrá a prueba sus cuerpos y sus mentes. ¿Completará alguien este Puzle de cuatro piezas?


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Avance de los primeros capítulos



CAPÍTULO 1


1.

En el sótano de una antiquísima fortaleza reinaba una quietud sepulcral. Una vela maltrecha dibujaba sombras inquietas que delataban el lento fluir del tiempo. Ni una rata correteaba por el suelo manchado, ni un mosquito zumbaba en el aire cargado.

Sin embargo, la vida poblaba el tenebroso emplazamiento. Un primer vistazo a la escena revelaba cuatro cuerpos tendidos desgarbadamente en el suelo. No se veían heridas ni rastros de sangre, pero un ojo poco atento creería contemplar cadáveres. Aunque desvanecidos, los ocupantes de la habitación respiraban con normalidad. ¡Quién sabe qué sueños poblaban sus embotadas mentes! Bien podían encontrar alivio en la inconsciencia, pues cuando despertaran, volverían a una situación desesperada.

Todos ellos se hallaban en un punto de inflexión en sus vidas, la necesidad apretaba y el destino les ponía entre la espada y la pared. Eran una mujer y tres hombres acostumbrados a una vida digna, pero no exenta de dificultades. Si estaban en aquel sótano de piedra era porque habían agotado cualquier otra forma de afrontar sus desgracias.

La llama devoraba la cera y bailaba inquieta pero segura, testigo mudo de la peculiar escena. ¡Cuán indefenso estaba aquel cuarteto unido por la desgracia, y qué dificultades estaban por acontecer!

Al fin, uno de ellos hizo un ligero movimiento, sus ojos se abrieron lentamente y sus pensamientos le devolvieron a la realidad. Se puso en pie tan rápido como pudo, su brazo buscó instintivamente el costado izquierdo para descubrir impotente que estaba desarmado. Era un joven musculoso, atractivo a los ojos de la mujer más exigente, pese a que unas ligeras arrugas de preocupación y cierta languidez ensombrecían su rostro.

Sus ropas delataban a un sencillo minero, pero un año de viaje por el mundo, recorriendo exóticos parajes, interminables junglas y mareantes montañas, le habían curtido lo suficiente para que dispusiera de un aguzado sentido de alerta y una cierta aptitud para la lucha.

De pronto recordó lo que le había acontecido y miró titubeante a las dos puertas que salían del lugar. Una estaba entreabierta; un olor a podredumbre se filtraba por ella sin que pudiera ser enmascarado por el incienso que su mirada atenta había descubierto en unos nichos cercanos al techo.

La otra puerta estaba bien cerrada, aunque no tenía un candado convencional. Unas barras de hierro de diferentes diseños daban a entender que alineadas de la forma correcta moverían un resorte que abriría la puerta, o eso pensó el avispado joven.

Una vez analizada la situación, se acercó a los cuerpos de los otros ocupantes de la sala. No los conocía, como tampoco reconocía dónde estaba, pero su aspecto no era en absoluto amenazador. Pensó en ellos más como una ayuda que como una adversidad. También iban desarmados.

Con unas ligeras palmadas en la cara trató de despertar a la muchacha. En aquel frágil estado asemejaba a una muñeca exótica, con el rostro terso y la figura fina y bien contorneada de una dama. Un vaporoso vestido púrpura cubría su cuerpo, que pese a ser elegante, estaba manchado por largas jornadas de camino.

Al de unos instantes abrió los ojos, que asemejaron al cielo despejado cuando borraron las brumas de la inactividad. Un leve sobresalto recorrió su espalda al verse sostenida en brazos de un extraño.

-Tranquila, señorita. No hay nada que temer -dijo él.

-¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

-A lo segundo puedo contestar. Mi nombre es Foster Smirdan y soy de la Pradera Dorada. ¿Cómo te llamas, chica?

-Yo soy Zulima -contestó desubicada-. ¿Qué quieres de mí?

-Nada. Ni siquiera te conozco. -El hombre intuía lo inútil de la conversación.

-Hay un ligero olor corrompido en el aire, y todo está en tinieblas.

-Sí, no es un sitio agradable. Lo mejor será salir de aquí cuanto antes.

La mujer templó sus nervios y pareció ganar algo de seguridad en sí misma. Cuando se puso de pie, descubrió la puerta entreabierta y exhaló un suspiro. Se acercó a ella, agradecida por encontrar una salida, pero cuando estaba al lado, una fuerza tenebrosa y ancestral le hizo retroceder.

Hay veces que no hace falta que la vista o cualquiera de los cinco sentidos nos adviertan del peligro. Hay auras y energías que apelan a un instinto de conservación que llevamos en el alma. Hay veces que la maldad recorre la espina dorsal como el frío hielo. Entonces, uno sabe que sólo puede esperar muerte y degeneración donde antes viera liberación. Aunque el ansia de conocimiento y la ambición pueden llevarte a lugares inhóspitos, es mejor hacer caso al instinto natural, que es un bien muy preciado.

-Más vale que no salgas por ahí, chica.

-No pensaba hacerlo. Por favor, llámeme Zulima. -Las situaciones difíciles no le eran desconocidas. Por regla general, las afrontaba con compostura-. Esos dos, ¿están muertos?

-No. Inconscientes, como estábamos todos hace unos minutos. -Foster se afanó en despertar a un robusto anciano. Pronto sus intentos tuvieron recompensa.

En un instante aquel hombre que yacía desvanecido volvió a la realidad y reaccionó con la velocidad de una pantera. Sus manos se aferraron al cuello del joven; sus músculos se tensaron mientras decía.

-¡No me toques! ¿Qué pretendes?

-Tranquilo... -consiguió articular el interpelado-. Sólo... quería ayudarte.

El hombre aflojó su presa. Había escrutado los ojos inquietos de Foster y le habían parecido sinceros. Él estaba acostumbrado a juzgar a la gente, eso era parte de su trabajo, gracias a ello había sobrevivido.

-Está bien. Si quieres ayudarme dime qué ha pasado. Recuerdo esa extraña voz en la oscuridad, y después la negrura.

-Una voz gutural, carente de sentimiento. ¿No es así?

-Así era. No sé si se trataba de un Dios o de un demonio, pero no parecía de este mundo.

-¡La voz! -Exclamó la mujer, que les había oído-. Era extraña, sí, pero he oído cosas aún más inexplicables que eran el fruto del hombre, de hombres que juegan a ser dioses.

-Parece que todos venimos del mismo punto de partida. -El tercer hombre estaba consciente, había disimulado hasta saber si estaba en peligro.

-La voz me prometió ayuda en mi particular cruzada. Estaba desesperado y acepté su ofrecimiento.

-Yo no tenía nada que perder, así que también acepté -murmuró el anciano.

-Así que la voz no mentía: tenemos un duro reto ante nosotros.

-Un reto que habremos de superar trabajando juntos. Es la forma más segura de proceder.

-Se nos dijo que esto era un enfrentamiento, la ley del más fuerte. Sólo uno de nosotros conseguirá su ansiado premio.

-Estoy de acuerdo con el hombre de porte regio -dijo el segundo joven, quien se presentó como Gudrun. Señalaba al anciano-. Primero hay que conseguir el premio, para eso habrá que colaborar.

-La puerta. Nuestra primera tarea será abrirla, ya que la otra salida parece un pasillo al mismísimo infierno. -Era el anciano quien hablaba-. ¿Alguien tiene una idea de cómo manipular ese mecanismo?

-Ya le he echado un vistazo y no será fácil, pero creo que con tiempo suficiente podré abrirlo.

-El tiempo es algo que nos sobra en estos momentos.

-Mis dedos suelen detectar hasta los mecanismos más pequeños -siguió Foster, que jugueteaba con el cierre-. Aunque en este caso tendré que recurrir a la prueba y error la mayoría de las veces. Estas chapas metálicas son indescifrables.

-Bien, creo que todos estaremos de acuerdo en unir fuerzas. Debe ser así, sin excepciones. -El anciano hizo una pausa. Nadie le contradijo-. Claro que antes o después tendremos que elegir quién merece el premio.

-Si hemos de elegir, entonces deberíamos contar nuestra historia y juzgar después quien tiene mayor necesidad -sugirió Zulima. La idea fue bien recibida, todos tenían mucho que contar-. ¿Quién quiere empezar?

Nadie lo mencionó, pero había una cierta tensión en el aire. Era improbable que llegaran a un acuerdo, decididos como estaban a cumplir con sus respectivas misiones.

El anciano estaba deseoso de aclarar la situación antes de comenzar con las historias personales. De nervios templados, no pudo esperar más para hacer la pregunta, aunque suponía que no hallaría respuesta alguna.

-¿Alguien reconoció la voz misteriosa, o sabe al menos dónde estamos? -Se hizo el silencio-. ¿Nadie puede aportar el menor dato? No es momento de ocultar información.

-Yo no soy religioso -contestó el joven Foster a la vez que manipulaba el mecanismo-, pero creo que hemos hablado con un ser superior que, por algún azar del destino, se ha fijado en nosotros.

-No fue ningún Dios, sólo hay un Ser Todopoderoso. Él nos quiere y no nos enfrentaría los unos a los otros. El Señor es bondadoso -Fue Gudrun el que habló mientras paseaba su mirada nerviosa de un rostro a otro. Nadie habría dicho que era un fanático, pero era bien cierto que albergaba esa fe rara y monoteísta que se practica en ciertas ciudades pacíficas.

-¡Ja! Hay muchos dioses. O quizá sean todos demonios, seres de otras dimensiones que nos manejan como a cobayas -contestó Zulima con un exabrupto-. Pero como dije antes, me inclino a pensar que sólo era un hombre.

-Con la religión hemos topado. -El anciano esbozó una media sonrisa-. Estamos divagando, lo mejor es que sigamos el consejo de la dama y contemos nuestras respectivas historias.

-Quizá debería empezar la señorita -dijo Foster desde la puerta.

-Ya conocéis mi nombre, así que ahorraos la galantería -dijo Zulima-. De todos modos, romperé el fuego. Será lo mejor. Mi misión tiene gran trascendencia, así que prestad atención, pues está en juego más de lo que imagináis. Poderes macabros e innombrables están a punto de ser desatados. En mi mano puede que esté la última esperanza de la cordura y la decencia. -La mujer usaba palabras grandilocuentes, sus ojos claros brillaban con una vivacidad que los convertía en carbones ardientes que se clavaban en las miradas de los demás. Todos prestaron atención, querían saber la razón que había movilizado a aquella mujer que era bella, pero cuyo físico trascendía el mero atractivo y hablaba de fuerza y energía. -Permitidme poneos en antecedentes, antes de la verdadera historia...



CAPÍTULO 2


2.

Jaques llegó al exótico oriente con una bolsa medio vacía y cargado de expectativas. Le había atraído un aspecto concreto de la ancestral cultura de esa tierra: las artes místicas y el poder de lo oculto, como gustaba llamarlo.

Pese a que era un hombre robusto y resuelto, tuvo que soportar unos primeros meses de dura adaptación. La gente le miraba con extrañeza a veces y con desprecio en la mayoría de los casos, nadie parecía dispuesto a ofrecerle un trabajo. Él no sabía si le consideraban inferior o simplemente de poca confianza, pero el caso era que no pasaba de ganarse la vida sirviendo platos en mesones de mala reputación, cuando no andaba mendigando un trozo de pan.

Lo cierto es que había llegado con poca preparación, pues si bien era un hombre culto para su época, apenas conseguía hablar el idioma de oriente con fluidez, y no podía distinguir más que unos pocos de los símbolos de su escritura.

Aunque los hombres le miraban por encima del hombro, las mujeres estaban encantadas con sus facciones occidentales. Se quedaban embobadas observando sus profundos ojos claros, su nariz finamente cincelada y sus labios finos, que le daban un aire de determinación. En verdad era un hombre atractivo ya en su tierra natal. No tardó en darse cuenta de que allí podría aprovecharlo mucho más. No era de los que desperdician la ocasión de pasar un buen rato.

Poco a poco fue conociendo a la gente del pequeño asentamiento en el que vivía, al menos de forma somera. Llegaron a sus oídos las historias de un sabio mago que era el hombre más influyente del lugar. Las habladurías le conferían poderes fuera de toda lógica. Muchos le temían y todos le respetaban.

Como no podía ser de otra forma en alguien como él, Jaques logró superar todas las adversidades. Al cabo de un tiempo, pasó de pobre de solemnidad a amasar un buen dinero; consiguió adaptarse a su nueva situación. Había conocido a señoritas de buena familia, y esto le había llevado a acabar medrando en la escala social. Gracias a su mano con las mujeres, a sus conocimientos y a una gran dosis de esfuerzo, consiguió ser respetado.

Tanto es así que llegó a ser profesor de la historia de occidente. Con lo que ya sabía y lo que aprendió en los libros que encontró, se convirtió en un erudito en sus usos y costumbres. La gente pagaba un buen dinero por escuchar sus enseñanzas, ya que no había compatriotas lo suficientemente letrados para hacerle la competencia. Los únicos occidentales que llegaban a oriente eran fugitivos que no tenían nada que perder y poco que enseñar, lo que explicaba el recelo con que les miraban los lugareños.

La tarde que conoció a Jan Cheng, el poderoso mago, sintió verdaderos nervios: le sudaban las manos y un ligero cosquilleo le recorría la nuca. Había conseguido aquella reunión gracias a sus historias sobre los sacrificios de los pueblos del norte y de los sortilegios de aquellas tribus semisalvajes que habían morado en montañas nevadas, lejos de la civilización.

Cheng era un hombre muy anciano, eso se notaba a primera vista. Su cuerpo estaba encorvado y apoyaba su peso en un bastón. Las arrugas poblaban su rostro y las venas se marcaban en su cuello descarnado; el paso de los años era evidente en él, pese a la longevidad y buena conservación a la que acostumbra el hombre oriental. Sus ojos rasgados eran dos pequeñas rendijas en su rostro amarillo. Aunque velados en parte, su brillo azabache escondía una sabiduría y una dureza casi inhumanas, eran como una biblioteca polvorienta que se escondiera tras un velo, profundos e inescrutables.

-Es un honor conocerle. -Fue todo lo que se le ocurrió decir. Inclinó la cabeza en señal de respeto. El anciano le devolvió el saludo y le analizó con frialdad antes de contestar.

-He oído hablar muy bien de ti. Tus historias sobre los rituales y hechizos de los druidas no son nuevas, pero siempre está bien contar con otra versión.

-Me halaga su interés. Siendo como es un maestro de las artes ocultas, creo que es usted el que puede enseñarme a mí. -Cheng sonrió.

-Cierto, cierto... Yo he visto cosas difíciles de asimilar para la mente humana, he tomado parte en ritos que eran antiguos antes de que los hombres de occidente pudieran hablar. -Lanzó las manos hacia delante quitándose importancia-. Pero ya habrá tiempo para todas esas historias, antes tengo que asegurarme de que eres de confianza. Por favor, no me juzgues como a los demás, tu condición no significa nada para mí. De hecho, mi intuición me dice que eres el hombre adecuado para ser instruido, pero mi legado es demasiado importante y funesto como para confiárselo a cualquiera.

-Haré lo que sea para conseguir su aprobación, nada me haría más feliz que ser su alumno.

-Bien, lo primero que tendrás que hacer es tener una mente abierta, aceptar que hay poderes superiores a los hombres, que tras nuestra falsa tranquilidad hay bestias horribles y criaturas sabias, dioses y diablos de toda condición. ¿Lo entiendes?

-Ardo en deseos de saber más.

-Bien, eso te lo garantizo: aprenderás cosas más allá de tu imaginación, pero también has de saber que sacrificarás muchas otras en el camino, quizá hasta tu propia cordura. Ven conmigo, lo primero es que me cuentes todo lo que sabes.

Desde el primer día, Jaques se comportó de manera inteligente con su maestro. Comenzó contándole muchas historias, conocía con gran detalle rituales con los que los magos del norte decían predecir acontecimientos o atraer la lluvia. Aquellos hechos asombrosos eran aceptados por las tribus indígenas, que tenían a los druidas por seres superiores. Sin embargo, el anciano se reía de sus hazañas, ridiculizando las cabras sacrificadas ante un ídolo de madera y comparando dichos actos con la ignorancia bárbara de los paganos más simples.

El aprendiz tuvo que demostrar su valía en numerosas tareas de poca enjundia, aunque siempre comprometedoras y no exentas de riesgo. Lo mismo robó un objeto fetiche de la tienda de un coleccionista, que amedrentó a un hombre de la ley que se inmiscuía demasiado. La falta de escrúpulos del joven satisfacía al anciano. En menos de dos años se convirtió en su mano derecha.

Gracias a sus esfuerzos, contempló dementes visiones de tierras extrañas y de lo que su maestro llamaba el futuro. Él no sabía qué creer, pero se maravillaba con lo vívido y realista de dichas recreaciones. También contempló el ascenso y la caída de imperios, los misterios del pasado se expusieron ante sus ojos, cegándole de fascinación.

Allí fue donde aprendió que el tiempo no significa nada; el futuro, el presente y el pasado no son más que una misma cosa. Todo depende del observador, que es quien juzga su momento como el presente, pues todo ha sucedido y todo está por suceder. Con la sabiduría adecuada, incluso el viaje a otras épocas es algo factible. Por desgracia, ni siquiera Cheng había logrado semejante poder.

Jaques era un hombre ambicioso e inteligente, así que pronto codició el broche mágico que colgaba del cuello del anciano, sujeto por una discreta cadena. Parecía un simple adorno de oro pulido con una esfera esmeralda en el centro, pero era muy antiguo. Antaño había sido ornamentado con extrañas runas, y su poder era inimaginable. El aprendiz había saciado su ansia de conocimiento. Ahora quería el poder, la gloria y una vida de lujos y disipación.

El viejo le tenía como su mano derecha, pero no le premiaba con grandes riquezas ni hombres a su cargo, pues temía que perdiera el interés y se dedicara a disfrutar de lo conseguido.

Cuando se unen la ambición con la falta de escrúpulos, se obtiene una mezcla explosiva. En este caso, fue la idea de asesinato la que fue surgiendo cada vez con más fuerza en la mente de Jaques. Al fin y al cabo, Cheng era un anciano más temido que venerado, sus actos habían sido codiciosos y mezquinos desde el comienzo. Paradójicamente, veía a su discípulo como un sucesor a corto plazo, por nada del mundo pudo sospechar sus siniestras intenciones.

Ante todo estaba la oportunidad. Una guardia de hombres fuertemente armados protegía las dependencias de su jefe, pero Jaques tenía un acceso privilegiado. Su cuarto era contiguo al del anciano, su amplio ventanal estaba a apenas dos metros del balcón. Sin ninguna duda, un hombre joven y entrenado podía salvar esa distancia con el sigilo de un gato, para después acabar con Cheng mientras este dormía indefenso. Antes de que nadie se diera cuenta, habría huido con el preciado broche en su poder.

Escogió el momento propicio, pese a que la espera le puso los nervios de punta. Paseó de una pared a otra durante lo que le pareció una eternidad. Al fin, cuando el sol se puso y antes que la luna brillara delatora, llevó a cabo el plan que tanto había rumiado. No se escuchaba un solo ruido. En el soñoliento palacio, la calma hacía que Jaques pudiera oír los latidos acelerados de su propio corazón.

Abrió el amplio ventanal y miró al exterior. No pudo evitar la sensación de vértigo que lo embriagó, una posible caída significaba la muerte segura a los casi veinte metros de altura que lo separaban del jardín del exterior. Se subió al alféizar armándose de valor. Trató de concentrarse sólo en el balcón, que ahora parecía lejano y se veía difuso en la oscuridad estigia de aquellas tempranas horas de la noche. Lo que podía ser una ventaja, en aquellos momentos se antojaba una dificultad más.

Se agachó para coger impulso. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron como gruesas cuerdas. Estaba a punto de lanzarse cuando un graznido resonó cual funesta advertencia. Jaques estuvo a punto de caer, cogido por sorpresa. El maldito pájaro pasó.

Antes de que llegaran más interferencias, cogió aire y voló con la energía extra de la adrenalina insuflándole la fuerza necesaria. Aterrizó con los pies descalzos en medio del balcón. Con una voltereta frenó su caída, como si de un experto se tratara.

Esperó unos segundos, por si el ligero ruido de su aterrizaje había sido advertido; nada interrumpió esta vez la inmovilidad reinante. Armándose de valor, abrió la puerta de cristal con facilidad, pues el cerrojo no estaba echado. Cheng no tenía miedo a un ataque en su propio palacio; menos por el balcón, inalcanzable desde abajo.

Jaques sabía que el anciano era de costumbres fijas. Se dormía temprano y no despertaba hasta que el sol levantaba la cabeza. Con pasos felinos se acercó a la cama. Podía oír la respiración cadenciosa de su víctima. Alargó los brazos y se dispuso a atacar cuando un leve silbido rompió la armonía. Dos ojos enormes se abrieron en un instante, hacía años que no se mostraban en tal esplendor.

El joven estaba preparado para abordar a una presa dormida o abotagada. Sin embargo, los ojos que le escrutaron ardían con intensidad, como si hubieran adivinado sus intenciones en una fracción de segundo. Aquel anciano estaba tan alerta como una serpiente dispuesta a envenenar su misma alma.

El ligero velo que siempre cubría la mirada de Cheng se había descorrido y dejaba ver un salvajismo y una decisión palpitantes. Por un momento Jaques fue incapaz de reaccionar; un grito habría bastado para sentenciarle sin remedio, si el ligero brillo del broche de oro no le hubiera permitido desviar la mirada. La codicia, el tenerlo tan cerca, le dio nuevas fuerzas. Sus manos se cerraron en la garganta del viejo. Sus músculos se hincharon, con las venas bombeando a plena potencia. El poderoso anciano estaba indefenso, su cuello no resistió la presión y se quebró como una rama seca. Exultante, viendo su objetivo casi cumplido, arrancó el antiquísimo broche del cuello del muerto y lo escondió entre sus ropas con reverencia.

Regresó al balcón y miró hacia su ventana, un punto de luz llamó su atención: uno de los guardias hacía la ronda en el jardín. No era un problema, pues era imposible que lo descubriera en la negrura. Saltar de vuelta a su habitación era más difícil que el salto de ida, pero, envalentonado por su reciente éxito, lo hizo con rapidez y soltura, asiendo la ventana abierta y apoyando sus pies en el alféizar.

Una vez dentro, era el momento de mostrar sangre fría. Él tenía cierto nombre en la organización, podría salir de la mansión sin problemas antes de que el cadáver fuera descubierto. Sólo tenía que aparentar normalidad y nadie lo molestaría.

Así fue.

Antes de la llegada del alba, el saciado asesino cabalgaba de vuelta a occidente. Había pasado años lejos de su tierra, pero la espera había merecido la pena. Con su conocimiento y el objeto de poder, el mundo estaría a sus pies.

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